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Ilusiones: Cuento

Cruzó la calle corriendo. La impaciencia por llegar a la otra acera hacía temblar sus rodillas huesudas. Nunca le había parecido tan ancha y tan importante esa avenida, con autos que iban y venían a alta velocidad, con sus veredas pobladas de personas caminando apuradas, con sus negocios de ojos abiertos, llenos de ilusiones en sus escaparates.
Apoyó la frente en la vidriera y miró con ansiedad los estantes. Y allí la vio: hermosa, de tez color chocolate y vestida de diosa o reina o princesa... Envuelta en tules rosados, con una diadema adornando sus cabellos negros y lacios. Bella, con su eterna sonrisa de boquita roja y mirada azul. Una señorita de cuentos de hadas, de historia antigua, de fantasía.
Cerró sus ojos y se pensó sentando a su princesita en su casita de muñecas, ofreciéndole té a la hora de la merienda... Paseando ambas por el parque florecido de rosas... Cantando camino a la escuela... Mirando la luna a través de la ventana de su dormitorio en las noches de verano...
-¡Nena! ¡No manosees el vidrio!- gritó desde la penumbra el dueño del negocio. -¡Vamos, vete ya! ¡Espantas mis clientes con esa mugre que llevas! ¡Vamos! ¡Vete! ¡Vete!-

Tan ancha la avenida... Tan importante... Con gente que va y viene... Con tantos negocios... y tanto auto apurado...

Sentándose en el portal, protegida del fuerte sol del verano, se pensó caminando por la calle sin hambre, con libros en la mano llegando a la escuela, con una casa de en serio, como las que tienen todas las nenas.

Encogió las piernas, de huesudas rodillas, se limpió las manos sucias contra su remera y no tuvo que parecer triste esa vez, no tuvo que refregar sus ojos para que lloraran. Lloraban solos.

Limpió con su brazo esos mocos que no dejaban de salir por su nariz y extendió su palma hacia la gente.
-Una limosnita ¿por favor?.

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